uno

El título viene después…

Viene después de vomitar toda la mierda, de eliminar la mordaza que nos atenaza los morros y sujeta la lengua; cuando casi no podemos respirar, de pronto, un pequeño agujerito en el centro de la tráquea permite el paso del aire y volvemos a recobrar parte de nuestras fuerzas. En ese momento lo absorbemos todo, hasta la última gota.

La idea y su forma encuentran un punto de inflexión en esos momentos, pareciera que sus mundos se cruzasen, dejando una irrisoria distancia entre lo real y lo imposible, una distancia salvable con un pequeño esfuerzo que nuestra falta de aliento nos impide realizar, y sin embargo, sabemos que estamos tan cerca…

Dejamos un pequeño espacio en nuestro interior reservado para nosotros mismos, allí donde no nos mentimos, y cuando lo visitamos, el remordimiento de saber que hemos rozado la plenitud con la yema de los dedos amenaza con aprisionar nuevamente el aire que respiramos, avisando artero de que no todo en nuestro interior nos pertenece.

Nos debemos a los demás en una parte muy importante de nuestra existencia.

Escribir para uno mismo es como deshojar margaritas sin pensar las posibilidades, es visitar una biblioteca y conformarse con el índice, es cocinar durante días para dejar despues las viandas pudrirse sobre el mantel de una mesa rodeada de nadie, vacía, a la que sólo acudirán el polvo y la inmundicia, es cruel.

Retomo aquí un camino abandonado, una capacidad dormida que, tiempo atrás, rechacé como superflua, sin saber que utilizándola, encauzaría por fin mis pasos hacia el camino que yo mismo tiempo atrás había elegido…


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