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Ayer morían muchas personas como lo hacen todos los días, de viejos, accidentados, suicidados, de inanición, famélicos, por envidias…

Lo repentino de la muerte nos sorprende casi siempre a contrapie, la rigidez propia de la inercia, de la ausencia de vida absoluta. Una piedra mirándonos con los ojos de un muerto, y sin embargo, algo de esa persona parece permanecer observándonos desde la distancia, como protegiendo su ya marchita carne de los posibles atentados que dirigiéramos contra ese templo que es nuestro cuerpo, al menos mientras vivimos…

No debería ser así, la pena debería terminar justo cuando comienza el abandono del cuerpo y dejarnos en paz con nosotros mismos, sin embargo, no es así. Infinitud de pequeñas cosas nos alumbrarán el camino recordándonos esas peculiaridades que avivaban el cuerpo que observamos ahora inerte, pasarán mesas, días, años… Cada uno lleva su tiempo, pero todos nos acostumbramos, de un modo u otro, a la ausencia que provoca la muerte de un ser querido.


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