Fotografía, escritura, música, memoria y un telón de fondo.

Actualmente, la rapidez con que se suceden los datos en los cauces más masificados provoca que, los más desmemoriados, pierdan con facilidad el curso rutinario de su devenir racional para, apoyándose en un sencillo gesto con la mano y una pulsación del botón del ratón, acceder al fragmento de memoria que hemos dejado abandonado en esa peculiar caché en que estamos permitiendo que se convierta nuestro entorno digital, la nube…

Se escuchan ríos de ideas a favor y en contra de tal actitud, pero es inevitable verificar que está ocurriendo.

Como otras grandes ideas culturales que hemos ido desarrollando a lo largo de la vida humana, “el ente de lo digital” empapa y empaña nuestra visión de las cosas, cubriéndolas de un nuevo velo de misticismo y parafernalia adicional que otorga las más de las veces el papel de gurú, a gentes de escasos 20 años cumplidos; gentes cuyas mentes son todavía algo más flexibles (y muchas veces más susceptibles de impresionar) y aún no han asumido completamente las anquilosadas estructuras mentales solidificadas en nuestro yo generacional con el transcurso de siglos de comportamiento completamente opuesto a este funcionamiento descrito.

Estamos de “colocón digital” y todavía no sabemos cómo será la resaca.

Donde antes intercambiar un libro / panfleto / disco o contemplar un álbum de fotos suponía un encuentro entre personas, un intercambio de consejos, pareceres, una voluntad de compartir entre entes con similares intereses; ahora, en este “estado alterado” de colectivización, en esta civilización en cascada de conexiones escalonadas, se suceden ríos de vínculos enredados, mucho menos directos en su discurrir y aderezados de planas sumas negativo-positivas pero carentes de la misma intensidad en el interés.

Me gusta o no me gusta, fragmentos de parecer en blanco y negro, ni siquiera una opinión cimentada y que no resulta, para los implicados en la transacción, información de mayor calidad. Sin embargo, para el ente que sustenta la plataforma de intercambio, este dato es de vital necesidad: el hecho de intercambiar algo no es ya tan fructífero para los dos agentes activos en el intercambio como para los mecanismos y autoridades que rodean y sustentan ese intercambio desnaturalizado, provocado.

Quienes posibilitan las herramientas están más interesados en que dicha herramienta tanga uso que en los posibles beneficios y realidades que dicha herramienta proporciona y no tienen tanto interés real en el contenido del intercambio como en los vínculos y conductas de las cobayas en que convierten a los sujetos partícipes de las mismas.

Es necesario desarrollar conciencia de lo digital, potenciar la autonomía en el desarrollo personal dentro de las conexiones que cada uno establezca en este nuevo caldo primigenio que está volviendo patas arriba muchos conceptos de las relaciones y que, aún en pañales como se encuentra, ofrece una visión de posibilidades y riquezas tal, que ya priva de una visión realista a más de un enfebrecido Lope de Aguirre de lo digital.

Sin embargo, y como la mayoría de otras útiles herramientas humanas que hemos ido usando (con excepción de la cremallera), el nivel de cualificación técnica (o de complejidad estructural) del desarrollo actual que tiene este entorno es tan elevado, es tan abusivo el uso de comportamientos exclusivistas y cerriles y está tan extendido, que la normalización de estándares abiertos se convierte en una lucha contra un titán y convierte, a los que lo consideran una opción factible, en cuasi-muyahidines del pensamiento abierto, en poco más que profetas del desierto condenados a predicar hacia orejas tapados con los cascos del iPod, lo cual viene a ser lo mismo que darse de cabezazos con un muro, pero menos doloroso..


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