marketing social

Estados alterados de conciencia suelen provocar percepciones diferentes del entorno que nos rodea.

Apoyándonos en la anterior afirmación, podemos justificar prácticamente cualquier actividad o actitud de las personas ante la vida, una percepción diferente de mi entorno, una justificación aletargada y vaga, un comportamiento retorcido o inocente, una mirada picarona o un sesgo esquivo…

En este mundo comercialmente más desarrollado, recibimos constantes bombardeos destinados no sólo a conseguir captar nuestra atención sino también a conseguir nuestra identificación más absoluta con diferentes estilos de vida artificiales: cómprate tal coche si te gusta conducir, lleva este salvaslip si eres una chica hot, compra tal revista si eres una persona inteligente…

Tal bombardeo es constante y generalmente tangencial a alguna de las múltiples facetas del complicado yo de cada miembro social, con lo que es posible encontrar personalidades diametralmente opuestas que sin embargo se encuentran identificadas por la misma colonia, menudo absurdo!

Este bombardeo obliga constantemente a tomar posición, convierte un anuncio en una toma de decisión, una trinchera, una infranqueable línea de tiza en el suelo que, alterando nuestra percepción de un modo más sutil que un potente estupefaciente, cala en nuestra conciencia buscando tambalear los pilares de nuestro raciocino, adhiriéndose cual lapa a un meme social típico para conseguir confundir un gen social concreto con esa forma de vida artificialmente conseguida mediante un agresivo marketing: uso bolsas recicladas, luego soy ecológicamente sensible, lo cual bloquea o debilita la posibilidad de abstenerse de hacer compras masivas y reembocar nuevamente en las compras alejadas de macrocentros comerciales con todo vendido junto.

Esta situación provoca inusuales modas absurdas, gentes enfebrecidas con un dispositivo digital, maniáticos de incómodos calzados, fanáticos de pulseras coloreadas, frikis de un nuevo artefacto sobre ruedas, adictos a bebidas energizantes… Es innumerable el total de estas apariciones pues crecen y se reinventan de forma exponencial, obligándose a si mismas a desaparecer en menos tiempo cada vez, para ser sustituidas por el siguiente entusiasmo controlado y generando una sensación de prisa y cambio constante que dista mucho de estar próxima al mundo real.

Esta sensación es errónea, es debida a esa rapidez de los pequeños cambios en modas puntuales; no es real, es un simulacro, una percepción alterada de nuestro entorno que nos hace pensar que las cosas están cambiando mucho más deprisa, que estamos evolucionando hacia algo mejor y más positivo. Es mentira.

En realidad el cuerpo social si que está cambiando, pero no, como pensamos, hacia una mayor variedad del todo, no hay más mezcla, no hay más invención realista; este bombardeo constante no nos hace más iguales cada vez, sino que amolda nuestras tolerancias limando las asperezas individuales que enriquecen un ente social, homogeiniza nuestros gustos a unos comercialmente aceptables y no a los consensuados por una normal convivencia social.

Nos convierte en elementos moldeados al gusto de un diseñador, maniquíes móviles de sus gustos y flaquezas, la débil grasa que mantiene lubricada la maquinaria de la falsa invención para mantener las lineas de tiza visibles en el suelo a pesar de la lluvia, y no parece que esta maquinaria se esté agotando, más bien lo contrario.

Con cada anuncio, con cada crisis personal por estar fuera de moda, esta rueda coge velocidad y acelera más hacia su incierto destino, pero ¿cuál es ese final al que vamos empujados por este consumo desacertado y obligatorio? ¿A donde nos lleva nuestra nueva religión comercial?

Otras ideologías tenían, en su marco de actuación, unos propósitos concretos u objetivos definidos que justificaban o respaldaban en cierta medida las posturas adoptadas, pero este ente comercial que pretende preestablecer nuestro posicionamiento social en cada milímetro de nuestra existencia para asociarlo a marcas y gustos manufacturados en cadena es capaz de adecuarse a cualquier expectativa y venderse bajo cualquier apariencia, logrando la identificación más absoluta con casi cualquier ideología.

Y con las marcas blancas tan de moda, no nos queda ni siquiera la objeción de conciencia a las marcas, el único recurso visible es, al parecer… bueno, mejor me lo callo por si algún genio del marketing lo lee y encuentran por fin el mecanismo para meterse hasta en nuestra propia inventiva…

A la mierda.


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